La posición del análisis en el ámbito forense es necesario si se trata de determinar el grado de responsabilidad objetiva de un acusado/a. Es la lógica del inconsciente, no la científica; pero precisamente es la más lícita de utilizar cuando se trata de predicciones o de actuaciones preventivas, sobretodo en caso de niños maltratados, abusados o en riesgo de serlo.
Hay muchos casos de psicosis no desencadenadas, de narcisismo desenfrenado, de obsesión por el poder, de amores posesivos, localizados en vidas “normales”, aquellas que comparten las nuestras hasta aquel día inesperado que se desata su ira, odio, o su acto criminal, pues han escuchado su pulsión interior, sea dicho de otro modo su “tribunal psíquico” interno, lógico y seguramente previsible.
Si según la concepción de Freud la pulsión representa en el plano psíquico las excitaciones provenientes del interior del cuerpo, la acción no sólo es el resultado de la incidencia de la realidad externa, sino que también puede ser generada por la presión de un deseo inconsciente que se halla en una construcción interna de una fantasía del sujeto.
Desde la órbita forense, coincidimos con las investigaciones de Damasio (2007)[1] que realzan que el propósito del razonamiento es decidir y que la esencia de decidir es seleccionar una opción de respuesta, es decir, elegir una acción no verbal, una palabra, una frase, en conexión con una situación determinada.
Los términos utilizados por este neurocientífico, razonamiento y decisión, implican que quien tiene que decidir tiene conocimientos:
a) sobre la situación que requiere una decisión,
b) sobre las consecuencias de cada una de estas opciones, inmediatamente y en épocas futuras.
“Si el lenguaje no es el origen del yo, ciertamente es el origen del ego”. (2007)[2]; a veces, el sujeto evaluado llega a perder su juicio de la realidad (su yo) pero conserva una capacidad intelectual adecuada.
Existen crímenes inmotivados, vaciados de significación comprensible para el resto de la sociedad, como los asesinos de masa, los asesinos al azar, que implican claramente una motivación subjetiva gozante. A veces un homicida, sosteniéndose en argumentos auto-exculpatorios, mata a sus propios hijos con tal de castigar a su ex pareja, quitándole lo que le da sentido a su vida.
Aquí, sosteniéndonos con un adecuado análisis, deslindamos el motivo aparente del homicida (castigar a su mujer) de la lógica propia que pueda tener una persona para su pasaje al acto (una sensación de justicia personal).
No aparece la culpa por ninguna parte, carencia sospechosa, que pudiera haber abortado la tragedia si se hubiese detectado a tiempo.
El psicólogo forense arranca sus entrevistas con una deuda ética hacia cada una de las personas que han confiado en él. Es el agente profesional durante toda la experiencia y su máximo responsable y debe ofrecer una atención considerable a la intención y el contexto de sus acciones, puesto que su posición implica una vulnerabilidad ética potencial.
Los profesionales forenses no pueden adquirir roles de abogados o de fiscales, y no pueden acusar al evaluado o a atacarlo verbalmente con tal de hacerle caer sus supuestas defensas. Bajo condiciones así, es imposible que la evaluación haya evaluado lo que tenía que evaluar; un psicólogo es como un sismógrafo que recoge los movimientos del alma para proceder a construir su informe y tener una mirada prospectiva. Al fin y al cabo, el código con lo que se emite un mensaje y el mismo mensaje son inseparables. En la práctica profesional, no se puede presentar informes que no informan nada y que solo siembran dudas y confusiones o que miden variables que no tienen que ver con el objeto de la valoración. En un campo tan amplio como el de la psicología, es de suma importancia entender que la amplitud de miras no significa otorgarse una permisividad sin límites o sin la conciencia de la responsabilidad que conlleva trabajar con seres humanos, que se merecen ante todo un gran respeto.
En España no hace falta ser psicólogo clínico para ser forense, pero en la práctica forense es muy difícil diagnosticar sin estar preparado en el ámbito clínico y haber pasado por su propio análisis una o varias veces. El psicólogo escucha primero para poder luego prestar su lectura del caso. No se puede leer antes de escuchar.
Es muy importante ser consciente de las consecuencias de las intervenciones y sea capaz de asumirlas. Del mismo modo que no se puede jugar con las emociones y sentimientos de una persona, no se puede pasar por alto que la intervención del psicólogo, pese a no ser de tratamiento, puede iatrogenizar problemas o arrastrar cambios indeseables.
La cautela, el cuestionamiento personal y la formación continuada son de rigor.
[1] Damasio, A. (2007). El error de Descartes. Barcelona: Drakontos bolsillo.
[2] Op. Cit. p. 279.